En la primavera de 2011, hace no tanto tiempo, Madrid todavía se
podía permitir estrenar ambiciosos centros públicos como el policlínico
del Hospital Doce de Octubre: una obra de 84 millones de euros, con
63.000 metros cuadrados distribuidos en seis plantas diseñadas para
atender a 6.000 pacientes diarios en sus más de 250 consultas. «Este
nuevo centro va a permitir una mejora sustancial de las condiciones de
trabajo de los profesionales del hospital», dijo la entonces presidenta
regional, Esperanza Aguirre.
Tres años después, esas palabras resuenan en la cabeza de José
Povedano, responsable del sindicato CSI-F en el Hospital Doce de
octubre. Recuerda que, entre el millar de profesionales del nuevo
policlínico, no hay ni un celador desde el primer día. «Dijeron que no
hacían falta porque no habría pacientes del hospital. Pero a la semana
ya empezamos a llevar a enfermos ingresados». Y hace un inciso para
resaltar el kilómetro que separa la Maternidad de las zonas más remotas
del nuevo policlínico.
«Si un enfermo tiene que ir hasta allí, le debe acompañar un celador
de aquí, que ya tiene otras tareas. Sin exagerar, algunos pacientes a
veces se han quedado esperando una hora. Somos pocos y encima esto»,
lamenta Povedano.
En una carta remitida al nuevo consejero de Sanidad, Javier
Rodríguez, el sindicato denuncia «la situación insostenible» del gran
hospital del distrito de Usera (»uno de los buques insignia de la
atención sanitaria», recalcan en la misiva) debido a los recortes de
personal, poniendo de relieve «el descenso drástico del número de
celadores».
Según CSI-F, de los 444 que la consejería tiene asignados al Doce de
Octubre, actualmente sólo hay 350 para atender a los 700.000 madrileños
que viven en el área sanitaria que cubre el hospital. Datos que
desmienten tanto la propia dirección del centro como la Consejería de
Sanidad, que aseguran haber «reforzado la contratación de personal» de
la plantilla de celadores ante «el incremento reciente de bajas por
enfermedad» entre los profesionales de esta categoría.
«Estamos hasta arriba, estresados, y claro, de tanto trabajo, algunos
acaban teniendo que pedir la baja por lumbalgia o porque les ha salido
alguna contractura», asegura una celadora de Urgencias, que invita a
comprobar la saturación actual de los boxes destinados a los pacientes
que llegan al hospital en peor estado y requieren una atención
inmediata. Literalmente, se encuentran apelotonados.
Las camas se multiplican en pequeños cubículos, invaden los pasillos y
rodean los mostradores como si fuera un hospital de campaña, dejando al
enfermo a la vista de todos. Cuando alguno de ellos tiene que ser
trasladado a observación, la aglomeración convierte el desplazamiento en
un auténtico rompecabezas difícil de desentrañar. «Y así, día tras día,
te vas moliendo», añade otro trabajador.
Lejos de allí, en maternidad, Manolo transporta material quirúrgico
por el túnel que conecta los dos grandes edificios de este complejo
hospitalario, inaugurado en 1973. El quirófano de pediatría, el de
ginecología y el paritorio del hospital dependen de él y otros dos
únicos compañeros, que mientras esperan el próximo aviso en una pequeña
sala donde sólo hay sillas, un teléfono y una radio en la que suena una
canción de Rosendo.
«Si llaman ahora para una cesárea, esto se queda vacío». Antes de
terminar la frase, reciben una llamada, y aquello se queda vacío, aunque
Manolo tarda poco en volver. «Es que no paramos, y si no hay nadie, a
veces se tienen que hacer cargo de nuestro trabajo las matronas, y no
debería ser así». Por el pasillo se cruza con una compañera del retén de
las Urgencia infantiles, que empuja a toda prisa una silla de ruedas
con una joven dolorida en un ojo. Cuando termina el traslado de la
paciente, destaca también la carencia de material. «A veces nos faltan
sillas, y hay camas que son de cuando abrieron el hospital, aunque las
nuevas son peores y se rompen rápido».
José Povedano, que fue celador antes que representante sindical, lo
corrobora. «También se han producido recortes en mantenimiento, y al
final esto es un círculo vicioso. La obsesión por ahorrar está
deteriorando la calidad asistencial a los usuarios». Porque aunque el
representante de CSI-F haya puesto el foco sobre los celadores, extiende
la falta de personal a todos los estamentos del hospital.
«Esto es una merienda de negros», exclama una pinche de cocina en el
centro de lavados, donde tintinean los cubiertos y platos de 1.200
pacientes tras el menú de mediodía. «Aquí, hace unos años, éramos 110
personas para el turno de tarde, y hoy somos 68 para todo el hospital».
En otra planta, tras un amplio escritorio, una administrativa repite
un discurso calcado. «El personal jubilado no se reemplaza, las bajas no
se cubren, y hace años que no hay oposiciones. Si viene gente nueva, es
porque viene reubicada». Como la docena de celadoras que el pasado
diciembre llegaron de la lavandería central de Mejorada de Campo, cuya
gestión ha sido recientemente privatizada. Un temor extendido entre
muchos trabajadores del hospital.
«El personal no sanitario es susceptible de ser eliminado para que el
servicio se externalice», añade una de las administrativas del centro
sanitario. Una enfermera de Pediatría evita los eufemismos. «Lo que
quieren es que esto se vaya al garete, para que después lo puedan
privatizar. Pero a pesar de todas las circunstancias, aquí la gente
sigue dando el callo», proclama con una mueca de orgullo.
Fuente: El Mundo.es